Déjame sueltas las manos y el corazón, ¡déjame libre!.
Deja que mis dedos corran por los caminos de tu cuerpo. La pasión -sangre, fuego, besos- me incendia a llamaradas trémulas.

¡Ay, tú no sabes de esto! Es la tempestad de mis sentidos doblegando la selva sensible de mis nervios. ¡Es la carne que grita con ardientes lenguas! ¡Es el incendio! Y está aquí, mujer, como un madero intacto ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros.

(Pablo Neruda)